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domingo, 20 de enero de 2019

De la esperanza y la estrategia

El último semestre de 2018 fue quizá, en el ánimo y la organización ciudadana de los venezolanos, el peor momento de la resistencia ante el régimen chavista. Las elecciones fraudulentas del 20 de mayo, con su cuota de traiciones incluida, la disolución en la nada de la MUD y el parto fallido del Frente Amplio, en el marco de una hiperinflación que llegó a récord históricos y la diáspora de la población llegando a cifras de 5 millones de ciudadanos (7 u 8 millones durante todo el chavismo) fueron el contexto sociopolítico de meses más que negros para un país que solía ser alegre y positivo.

Algunos de los amigos de la primera oleada de la diáspora, en sus regresos a Venezuela, narran la más triste de sus impresiones: la percepción de una sociedad y su gente en la inercia y la desesperanza, muchos definieron con el calificativo terrible de zombis, es el mismo efecto que muchos leímos en Milan Kundera y su Insoportable Levedad del Ser, en el mismo marco de un totalitarismo socialista.
Sin embargo, la construcción de una narrativa que condujera a la reactivación de los venezolanos ya tenía una fecha, el 10 de enero de 2019, vista como el consenso entre quienes han visto la presidencia de Nicolás Maduro como ilegitima por meses (o años) y quienes necesitaban un acto más, en este caso las fraudulentas elecciones del 20 de mayo y sus efectos en el periodo presidencial, justamente a iniciarse en esta fecha simbólica. Los inicios de la construcción de esta narrativa giran en torno al mismo 20 de mayo, cuando lo que quedaba de la vieja MUD, incluyendo los blandos de UNT y AD, se resistió a ir a unas elecciones amarradas por el gobierno y el trabajo de lobby internacional, encabezado por figuras en el exilio como Julio Borges hicieron que los gobiernos de muchos países, cercanos e importantes, así como de organizaciones internacionales, no avalaran esos comicios y sus resultados.
Aunque el Frente Amplio pudo ser y no fue, en su fallida estructuración tuvo un éxito, el llamado al 10 de enero y la concentración de las esperanzas nuevamente en la única institución elegida por el pueblo y con total legitimidad, la AN. Pareciera así mismo que el lamentable bajón comunicacional y de acción que fue la presidencia de Omar Barboza, sirvió para que la presencia de Juan Guaidó, su antítesis en todo sentido por joven y miembro de un partido menos blando, reconectara a la AN con una ciudadanía que prácticamente la había olvidado.
Quienes criticamos tácticas y estrategias erradas, desfasadas o fuera de tiempo durante los últimos años, precisamos bastante que superada la necesidad de la construcción de una mayoría social y ante la crisis de liderazgos (motivadores), el único motivante válido para despertar el accionar de la ciudadanía era la posibilidad del cambio de régimen. Era un error seguir hablando de condiciones, reivindicaciones sociales o de forma, era necesario responder al único anhelo de la gente, el cambio. Los profetas del desastre decían que la sociedad se había adormecido para siempre y no entendían que necesitaba una motivación real para despertar.
Decisiones correctas: Juan Guaidó en la AN y la narrativa de desconocimiento del régimen a partir del 10 de enero y el camino a la transición, vía presidencia interina derivada del 233.
A partir de allí se ha iniciado un camino de decisiones, tácticas, armados y estrategias contradictorias, asumir el camino de la transición forzada es desde luego asumir el camino del conflicto, escenario que no parece agradar a todo el liderazgo opositor. Juan Guaidó y la AN han estrechado su propia ruta al tomar la única senda que parecía lógica, siempre a su manera, hablamos del desconocimiento institucional a Maduro y el llamado al despertar de la sociedad en la calle para reclamar sus derechos.
Dudas desde el primer inicio sobre las razones del presidente de la AN y de la dirección política de la oposición para prolongar hasta la fecha simbólica del 23 de enero el primer gran llamado a la reacción popular, también dudas sobre el momento idóneo para la juramentación del presidente interino. Desde el momento en que se supo que la AN había optado por la ruta de la ruptura, también se tuvo conocimiento del debate interno que empujaba a los factores dialogantes, blandos o simplemente cohabitadores para tratar de frenar la decisión.
Ante la fecha del 23 se temía que ese liderazgo y la AN no llegaran a la fecha, incluso se pensó en lo peor cuando en su ruta al litoral central Guaidó fue detenido por el Sebin, era dar demasiado tiempo para frenar el proceso en marcha, aparentemente las contradicciones internas y la debilidad del régimen es superior a lo que se preveía, el presidente de la AN fue liberado y el 23 de enero se acerca con el régimen a la defensiva.
Sobre la juramentación pareciera que su momento es resultado de esta misma táctica, ningún sentido hacerla el 10 o días posteriores si el llamado era para el 23, pero pocas razones para prolongar esta decisión, aunque no su formalidad, luego del día simbólico. Ante una sociedad que debe asumirse en rebelión y a un mundo que necesita interlocución ante el desconocimiento a Maduro, Guaidó está más que obligado por las circunstancias y la historia a asumir personalmente el 233, más allá de lo legal, es un hecho simbólico determinante en la narrativa hoy armada.
En el ínterin la oposición ha desplegado en todo el país un sorprendentemente exitoso planteamiento de cabildos abiertos, que han recuperado en voz de los diputados la conducción de la masa opositora, pero sobre todo han activado la calle para la ciudadanía nacional, desde La Fría en Táchira hasta San Carlos en Cojedes han sido un éxito de participación y despertar social.
Este camino ha convertido a Guaidó en una encarnación de la esperanza y al 23 en una fecha de expectativas altísimas, tan es así que un cúmulo de voceros, entre blandos, cohabitadores y simplemente comedidos, han empezado a repetir que no es ¨la fecha de la caída¨ ni la batalla final.
¿Qué esperar entonces del 23 de enero? Por lo visto una convocatoria masiva de la gente de Caracas y todo el país, un pueblo en la calle.
Pero también una serie de acciones y decisiones políticas y comunicacionales que escalen el conflicto con miras a la transición. Hasta hoy es claro que la yunta liderazgo (Guaidó), institución (AN) y pueblo, son las armas de la oposición para forzar el cambio, esperar mucho más de variables que no se controlan, como la Fuerza Armada, las decisiones internacionales, o la ruptura interna de la coalición gobernante, no es estratégico ni inteligente, lo que hagan las FFAA, los países del mundo y el propio chavismo dependerá de la firmeza y la fortaleza de la yunta Guaidó AN pueblo.
Decir que el 23 de enero es la batalla final es una mentira, decir que no será la batalla final puede serlo también, el 23 de enero lo que no puede ser es una marcha más, con canciones y discursos de tarima, con un vuelvan a sus casas. Tampoco puede ser un evento blando si la represión es desplegada, no debe haber un llamado al repliegue ciudadano. El 23 de enero, si la masa social es la esperada, el presidente de la AN está obligado por su propio discurso, acciones y estrategia, a asumirse en líder de la transición y a llamar a la sociedad a mantenerse en rebeldía para lograrlo. El golpe a la moral de venezolano y a su propia estrategia de plantear ¨una manifestación más¨ puede ser peor que el del 20 de mayo.