El
último semestre de 2018 fue quizá, en el ánimo y la organización
ciudadana de los venezolanos, el peor momento de la resistencia ante
el régimen chavista. Las elecciones fraudulentas del 20 de mayo,
con su cuota de traiciones incluida, la disolución en la nada de la
MUD y el parto fallido del Frente Amplio, en el marco de una
hiperinflación que llegó a récord históricos y la diáspora de la
población llegando a cifras de 5 millones de ciudadanos (7 u 8
millones durante todo el chavismo) fueron el contexto sociopolítico
de meses más que negros para un país que solía ser alegre y
positivo.
Algunos
de los amigos de la primera oleada de la diáspora, en sus regresos a
Venezuela, narran la más triste de sus impresiones: la percepción
de una sociedad y su gente en la inercia y la desesperanza, muchos
definieron con el calificativo terrible de zombis, es el mismo efecto
que muchos leímos en Milan Kundera y su Insoportable Levedad del
Ser, en el mismo marco de un totalitarismo socialista.
Sin
embargo, la construcción de una narrativa que condujera a la
reactivación de los venezolanos ya tenía una fecha, el 10 de enero
de 2019, vista como el consenso entre quienes han visto la
presidencia de Nicolás Maduro como ilegitima por meses (o años) y
quienes necesitaban un acto más, en este caso las fraudulentas
elecciones del 20 de mayo y sus efectos en el periodo presidencial,
justamente a iniciarse en esta fecha simbólica. Los inicios de la
construcción de esta narrativa giran en torno al mismo 20 de mayo,
cuando lo que quedaba de la vieja MUD, incluyendo los blandos de UNT
y AD, se resistió a ir a unas elecciones amarradas por el gobierno y
el trabajo de lobby internacional, encabezado por figuras en el
exilio como Julio Borges hicieron que los gobiernos de muchos países,
cercanos e importantes, así como de organizaciones internacionales,
no avalaran esos comicios y sus resultados.
Aunque
el Frente Amplio pudo ser y no fue, en su fallida estructuración
tuvo un éxito, el llamado al 10 de enero y la concentración de las
esperanzas nuevamente en la única institución elegida por el pueblo
y con total legitimidad, la AN. Pareciera así mismo que el
lamentable bajón comunicacional y de acción que fue la presidencia
de Omar Barboza, sirvió para que la presencia de Juan Guaidó, su
antítesis en todo sentido por joven y miembro de un partido menos
blando, reconectara a la AN con una ciudadanía que prácticamente la
había olvidado.
Quienes
criticamos tácticas y estrategias erradas, desfasadas o fuera de
tiempo durante los últimos años, precisamos bastante que superada
la necesidad de la construcción de una mayoría social y ante la
crisis de liderazgos (motivadores), el único motivante válido para
despertar el accionar de la ciudadanía era la posibilidad del cambio
de régimen. Era un error seguir hablando de condiciones,
reivindicaciones sociales o de forma, era necesario responder al
único anhelo de la gente, el cambio. Los profetas del desastre
decían que la sociedad se había adormecido para siempre y no
entendían que necesitaba una motivación real para despertar.
Decisiones
correctas: Juan Guaidó en la AN y la narrativa de desconocimiento
del régimen a partir del 10 de enero y el camino a la transición,
vía presidencia interina derivada del 233.
A
partir de allí se ha iniciado un camino de decisiones, tácticas,
armados y estrategias contradictorias, asumir el camino de la
transición forzada es desde luego asumir el camino del conflicto,
escenario que no parece agradar a todo el liderazgo opositor. Juan
Guaidó y la AN han estrechado su propia ruta al tomar la única
senda que parecía lógica, siempre a su manera, hablamos del
desconocimiento institucional a Maduro y el llamado al despertar de
la sociedad en la calle para reclamar sus derechos.
Dudas
desde el primer inicio sobre las razones del presidente de la AN y de
la dirección política de la oposición para prolongar hasta la
fecha simbólica del 23 de enero el primer gran llamado a la reacción
popular, también dudas sobre el momento idóneo para la
juramentación del presidente interino. Desde el momento en que se
supo que la AN había optado por la ruta de la ruptura, también se
tuvo conocimiento del debate interno que empujaba a los factores
dialogantes, blandos o simplemente cohabitadores para tratar de
frenar la decisión.
Ante
la fecha del 23 se temía que ese liderazgo y la AN no llegaran a la
fecha, incluso se pensó en lo peor cuando en su ruta al litoral
central Guaidó fue detenido por el Sebin, era dar demasiado tiempo
para frenar el proceso en marcha, aparentemente las contradicciones
internas y la debilidad del régimen es superior a lo que se preveía,
el presidente de la AN fue liberado y el 23 de enero se acerca con el
régimen a la defensiva.
Sobre
la juramentación pareciera que su momento es resultado de esta misma
táctica, ningún sentido hacerla el 10 o días posteriores si el
llamado era para el 23, pero pocas razones para prolongar esta
decisión, aunque no su formalidad, luego del día simbólico. Ante
una sociedad que debe asumirse en rebelión y a un mundo que necesita
interlocución ante el desconocimiento a Maduro, Guaidó está más
que obligado por las circunstancias y la historia a asumir
personalmente el 233, más allá de lo legal, es un hecho simbólico
determinante en la narrativa hoy armada.
En
el ínterin la oposición ha desplegado en todo el país un
sorprendentemente exitoso planteamiento de cabildos abiertos, que han
recuperado en voz de los diputados la conducción de la masa
opositora, pero sobre todo han activado la calle para la ciudadanía
nacional, desde La Fría en Táchira hasta San Carlos en Cojedes han
sido un éxito de participación y despertar social.
Este
camino ha convertido a Guaidó en una encarnación de la esperanza y
al 23 en una fecha de expectativas altísimas, tan es así que un
cúmulo de voceros, entre blandos, cohabitadores y simplemente
comedidos, han empezado a repetir que no es ¨la fecha de la caída¨
ni la batalla final.
¿Qué
esperar entonces del 23 de enero? Por lo visto una convocatoria
masiva de la gente de Caracas y todo el país, un pueblo en la calle.
Pero
también una serie de acciones y decisiones políticas y
comunicacionales que escalen el conflicto con miras a la transición.
Hasta hoy es claro que la yunta liderazgo (Guaidó), institución
(AN) y pueblo, son las armas de la oposición para forzar el cambio,
esperar mucho más de variables que no se controlan, como la Fuerza
Armada, las decisiones internacionales, o la ruptura interna de la
coalición gobernante, no es estratégico ni inteligente, lo que
hagan las FFAA, los países del mundo y el propio chavismo dependerá
de la firmeza y la fortaleza de la yunta Guaidó AN pueblo.
Decir
que el 23 de enero es la batalla final es una mentira, decir que no
será la batalla final puede serlo también, el 23 de enero lo que no
puede ser es una marcha más, con canciones y discursos de tarima,
con un vuelvan a sus casas. Tampoco puede ser un evento blando si la
represión es desplegada, no debe haber un llamado al repliegue
ciudadano. El 23 de enero, si la masa social es la esperada, el
presidente de la AN está obligado por su propio discurso, acciones y
estrategia, a asumirse en líder de la transición y a llamar a la
sociedad a mantenerse en rebeldía para lograrlo. El golpe a la moral
de venezolano y a su propia estrategia de plantear ¨una
manifestación más¨ puede ser peor que el del 20 de mayo.
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